Lance Armstrong reconoce públicamente que se dopó. Lo ha hecho en el principal show televisivo de Estados Unidos. Siempre a lo grande. Por eso, de lo primero que se podrá acusar al mayor ganador sobre dos ruedas de la historia es de mentir forma persistente, de ser también uno de los grandes mentirosos de la historia. Más complejo, sin embargo, es el juicio moral que ahora podamos hacer sobre uso de sustancias prohibidas en un contexto en el que el dopaje era generalizado y el ciclismo profesional, una mentira protegida dentro de una burbuja.
La historia de David Millar, narrada de forma magistral por el equipo de Informe Robinson, es imprescindible para conocer cómo era el ciclismo en los noventa y qué motivos podían llevar a un deportista a hacer trampas. Es el punto de partida, una invitación a entender que hay un enorme espacio entre el blanco y el negro, y que las historias de héroes y villanos nunca funcionan. Ni siquiera en el caso de Armstrong.